A un elefante grande, grande, gigante, le ha mordido una pata un ratoncito, pequeñito, muy pequeñito. O al menos esto ha dicho el elefante gigante. Y como también lo ha dicho a la policía, el fiscal se ha enterado y ha tomado cartas en el asunto, y al final han juzgado al ratoncito.
-¿Qué alega en su defensa?- Ha preguntado el señor juez al ratoncito.
-Señor juez, ya lo ve, yo soy sólo un ratoncito pequeñito, y por mucho que quisiera no podría morder la pata del elefante, porque para mí su piel es como una coraza. Aunque quisiera, de ninguna manera podría hincarle el diente, con más razón teniendo en cuenta que además de pequeñito soy muy viejecito, tan viejecito que ya ni me quedan dientes (y abre la boca para demostrarlo). ¿Cómo habría podido morder yo la inmensa pata acorazada de este elefante gigante?
A pesar de su alegato, el ratoncito ha sido condenado por intento de asesinato, y además con la agravante de premeditación alevosía y motivaciones racistas. De momento no se sabe si le caerá cadena perpetua o pena de muerte.
Porque resulta que el elefante gigante de piel acorazada es alguien muy importante. Y ya se sabe, la gente importante conoce gente importante. También en los juzgados.
En fin, tomad nota: esto es lo que les puede pasar a los ratoncitos, si tienen la mala suerte de que un elefante gigante importante, al cual aquel día quizás le duele la barriga o le han salido granos en la trompa, se cruza casualmente en su camino.