De vez en cuando el tema de las transexualidades es el protagonista de algunos de estos cuentos. Intentaré explicar el motivo por el cual en estos casos escribo lo que escribo (y que supongo que puede incomodar a algunas personas). Lo haré no tanto basándome en algunas reflexiones acerca de las consecuencias de los presuntos avances sociales que se atribuyen a estas reivindicaciones, sino principalmente desde otro punto de vista.
Pero antes de seguir, me parece necesario dejar absolutamente claro lo siguiente: la forma de ser y de comportarse de una persona, por extraña que a alguien le parezca (o por mucho que le desagrade), mientras no invada la vida de otra persona, no puede ser censurada. Y mucho menos se puede justificar que esta persona "distinta" puede sufrir agresiones, físicas, verbales o del tipo que sean, a causa de su forma de ser.
Aclarado este punto previo, subrayo que imprescindible, prosigo. Decía que procuraría explicar el motivo por el cual escribo lo que escribo sobre este tema de las transexualidades. Lo intentaré de una manera quizá atípica, remontándome de entrada, mira por donde, a Buda y a Zenón de Citio.
Las llamadas cuatro nobles verdades del budismo son las siguientes. Una: el sufrimiento existe. Dos: la causa del sufrimiento es el deseo. Tres: eliminando el deseo, se elimina el sufrimiento. Cuatro: el camino del sabio es el de en medio, aquel que evita tanto la renuncia al placer como la dependencia de él.
El estoicismo (Zenón de Citio, Crisipo, Séneca, Marco Aurelio, etc.), a su manera, con sus palabras, comparte esta misma idea, y califica una vida vivida según estos principios como una vida buena: sabia y virtuosa.
Si damos un salto y pasamos de la Antigüedad al presente, el escenario que hoy nos encontramos es muy distinto de aquella idea de buena vida, ya que lo que nos caracteriza es una sociedad de consumo cuyo objetivo es convertirnos en satisfechos esclavos de los deseos (con independencia de que estos deseos puedan ser sensatos, nobles, estúpidos, tóxicos o imposibles). Esta deriva consumista de todo (objetos, personas, experiencias, etc.), a su vez ha favorecido un segundo salto mortal, el resultado del cual es este: si antes se consideraba que existía una realidad por un lado y los deseos por otro, ahora hay quién afirma que "los deseos son la realidad".
Es en este nuevo escenario, el de la invención de la realidad y la exaltación del deseo, donde aparece el asunto de "las transexualidades reivindicativas y exigentes", es decir, que no solo exponen una forma peculiar de sentir, sino que también reclaman que, aquello que se siente, ha de materializarse. No se pide solo que la forma de sentir sea respetada, algo fácil de compartir (y legítimamente exigible), sino también esto, que aquello que se siente se convierta en realidad. Si es necesario, exigiendo a la sociedad que se implique, e incluso financie, esta materialización del deseo (en este caso, la transformación corporal).
Como niños pequeños y caprichosos que no han aprendido todavía que los deseos y las realidades habitan mundos distintos, conceptualmente y materialmente (en ocasiones con pasarelas que permiten transitar de los primeros a las segundas, y en otras ocasiones no), se entroniza esta nueva religión del deseo como nuevo dios supremo. Buda y Zenón están pasados de moda, o peor, suponen una amenaza a este nuevo infantilismo. Y así, pensando que somos infinitamente más libres, nos convertimos en cada vez más frágiles, más esclavos, más tontos, más solitarios. Y más insolidarios, a causa de tanto mirarnos el ombligo.
En lugar de aceptar el cuerpo que nos ha tocado, alto, bajo, grueso, delgado, de un sexo u otro, con una nariz así o asá, etc., campa a sus anchas y descontrolada la exacerbación y la manipulación de los deseos, en ocasiones tapaderas de diversos malestares. Y uno de los resultados es que las cirugías estéticas no paran de multiplicarse. En el caso de la transexualidad, además, resulta que este recurso a la medicina, paradójicamente, convierte cuerpos sanos en enfermos, de por vida necesitados de atenciones médicas (y, dicho sea de paso, con la correspondiente factura, naturalmente, a cargo de la sociedad). Y a esto le llamamos, o le llaman, progreso.
Entonces, dicho todo lo anterior, y para terminar y de forma concreta: ¿qué hacemos con el sufrimiento real de aquellas personas que no sienten que el cuerpo que habitan sea el que les corresponde? Para aliviar su sufrimiento, ¿hay que facilitarles la transformación de sus cuerpos? ¿Actuaremos de la misma manera con todas las personas disconformes con su cuerpo, y no solo en los casos de disconformidades relacionadas con identidades sexuales? Y en el supuesto que todo esto fuera viable (cosa que ya es mucho suponer), ¿al final se reducirá el sufrimiento global, la suma de los sufrimientos individuales causado por las insatisfacciones corporales?
¿O quizá pasará lo contrario, que, de forma paradójica, quizá aumentaran los sufrimientos, ya que viviendo bajo el impulso de los deseos y la intolerancia a la frustración, cada vez seremos más frágiles, vulnerables, y por lo tanto también más proclives a sentirnos frustrados e insatisfechos? Entre el quirófano y Zenón, ¿por qué opción nos decantamos? Y si optamos por el quirófano y las medicaciones, desde otro punto de vista: ¿realmente estos casos son prioritarios, ante los otros muchos casos que reclaman atenciones médicas?
Ante estos dilemas, caben distintas posturas. Una es la aprobación de estas políticas de normalización de las transiciones a la carta en función de los deseos. Otra, la del desacuerdo pasivo. Y otra, la del desacuerdo activo. Queda claro en la que estoy ubicado, aunque solo sea de forma intermitente y con el limitado grado de acierto del que sea capaz. Si este posicionamiento genera rechazos, pues mala suerte.
A ver: a mí no es que no me entristezcan, las tristezas y malestares que afectan hoy a tantas personas disconformes con su cuerpo. Me entristecen, sí, pero ello no es obstáculo para que siga pensando esto: que los sentimientos son responsabilidad de cada cual, y que, por lo tanto, si alguien sufre a causa de aquello que siente (sobre todo en el caso de sentimientos identitarios), es este alguien quien ha de ver que hace con ello, y con los pensamientos en que se asienta este sentir.
Tal como más o menos decían Buda y Zenón de Citio.