El martes Melindro va al médico.
El miércoles Melindro va al médico.
El jueves Melindro va al médico.
El viernes Melindro va al médico.
El sábado y el domingo, Melindro Peris descansa de tanto ajetreo médico semanal. Descansa, reposa. Para luego, el lunes siguiente, con fuerzas renovadas, reiniciar su maratón semanal de médicos y tratamientos. Cada semana igual: los laborables, médicos y hospitales, y los festivos descanso.
Y siempre, laborables y festivos, las quejas. Largas, larguísimas ristras de quejas. Interminables. Porque claro, con tantos médicos, tantos hospitales y tantos tratamientos, siempre surgen posibilidades de quejarse, y hay que aprovecharlas.
Melindro tiene un saco lleno de años, y de enfermedades. Está enfermo, muy enfermo. Y él lo sabe, excepto cuando sueña sueños imposibles. Cuando sueña, por ejemplo, algún milagro como los de Lourdes o Fátima. Pero a pesar del deseo, el milagro no llega. Solo llegan más averías. Porque los años sumados no se pueden restar, y con su acumulación, las averías lo único que pueden hacer es seguir multiplicándose: lo malo se sigue multiplicando, y lo bueno dividiendo.
No obstante, él, Melindro Peris, a pesar de estas imparables multiplicaciones y divisiones, se apega a la vida con todas sus fuerzas: con todos los pegamentos y colas, con uñas y dientes, con manos y pies, garfios y ventosas...
Porque Melindro Peris, aunque esté hecho una auténtica y absoluta calamidad, no se quiere marchar de este mundo. Él, tozudo, venga, ¡a sobrevivir! Aunque su supervivencia sea no ya lamentable, sino peor que lamentable. Y además lo dice: "Con esta vida horrible que me toca vivir, sin ninguna satisfacción, ya lo ves, no tengo ningún motivo para estar contento".
Pero a pesar de lo que dice, se agarra a la vida como un poseso.
Por otro lado, sobrevivir tiene un coste. Melindro Peris es como un sifón: un sifón industrial de horas de médicos, de medicinas, de tratamientos... Su amiga Clotilde Mencheta piensa que todo ha de tener una medida, y que Melindro, su amigo Melindro Peris, hace mucho que vive del todo desmedido. Clotilde, por gusto, le pegaría un tiro a su amigo Melindro Peris. Un tiro, y asunto resuelto.
El problema es que Clotilde no tiene pistola, de modo que no le puede pegar un tiro. No tiene ni pistola ni escopeta. Y además, si tuviera pistola o escopeta y le pegara un tiro a Melindro, a ella la meterían en la cárcel. Por asesina. Aunque hubiera hecho una buena obra, en beneficio de la comunidad. La meterían en la cárcel.
Nadie le agradecería su buena acción. Nadie, aunque muchas personas pensaran como ella, que ya era hora de que alguien le pegara un tiro a Melindro Peris.
Así, que nada de pistolas. Ni de escopetas. Solo paciencia. Mucha paciencia. Y si se termina la paciencia, pues otro vaso de paciencia, o cubo, o piscina.