08 febrero 2023

Más derechos

- A ver, yo desearía el derecho a ser millonario, ¿lo tienen?

- Pues claro, mire, ya se lo puede llevar. ¿Quiere que se lo envuelva?

- No hace falta, pero una pregunta: ¿Se me va a respetar? ¿Seré millonario?

- Verá, este ya es otro tema. Aquí repartimos derechos, según los deseos de cada cual, para que todo el mundo esté contento. Por ejemplo, el otro día vino una señora bajita y gorda y nos pidió el derecho a ser alta y esbelta, y naturalmente se lo dimos, faltaría más. Vienen muchas personas, como esta señora, personas que quieren ser distintas de como son. O que, por ejemplo, no quieren estar enfermas, y quieren el derecho a no estarlo. Y se lo damos, el derecho a no estar enfermas. Claro que se lo damos. Y además, sepa usted que todos los derechos los damos gratis y sin condiciones, todos. Nos gusta repartir ilusiones, hacer felices a las personas.

Pero claro, con relación a lo que me pregunta, garantizar que estos derechos vayan a ser respetados, esto ya es otra cosa, esto depende de otro negociado. Le voy a hacer una confidencia: por lo que me han dicho, allí se ve que están muy atareados, desbordados por montones de reclamaciones. Verá, en ocasiones resulta que alguien quiere, por ejemplo, el derecho a ser un conejo, y nosotros, aquí, se lo damos: toma, ya tienes tu derecho a ser un conejo. Pero claro, luego, ser de verdad un conejo es más complicado, ¿me entiende? 

Nosotros lo que hacemos es satisfacer los deseos de tener unos u otros derechos, porque todo el mundo tiene derecho a tener derechos. Nuestro trabajo consiste en esto, en que el derecho a tener derechos sea respetado, por esto repartimos todos los que nos piden: derecho que se nos pide, derecho que damos. De hecho, aquí tenemos barra libre.

¿A usted le interesa algún otro derecho? Pida, pida, el que quiera...

05 febrero 2023

Oficina de Reparto de Derechos

Fulgencio López, director de la Oficina de Reparto de Derechos (ORD), explica así el trabajo que realizan en la oficina: Pues verá, en la ORD nos piden derechos de todo tipo. Por ejemplo, viene alguien y nos pide derechos de colores, y le preguntamos: "¿De que color los quiere, verdes, azules amarillos, rojos...?" A veces nos dicen: "Pues mire, ya puestos, de todos los colores". Y se los damos, de todos los colores del arco iris. Y si también quieren los de las franjas lumínicas no visibles para el ojo humano, como los infrarrojos, o los ultravioletas, pues igual, también se los damos. Últimamente hay un tipo de derechos que nos solicitan mucho, y la verdad es que nos ha pillado un poco por sorpresa, no estábamos acostumbrados a este tipo de peticiones. Por ejemplo, el derecho a tener una vagina y un clítoris en lugar de un pene. Y nos lo piden igual que otra persona nos pide, por ejemplo, el derecho a no tener reflujos estomacales, o a no tirarse pedos, o a hablar con su tatarabuelo, el que murió sifilítico en la guerra de Cuba. Como no hacemos distinciones, todos los derechos que nos piden los servimos. Porque el derecho a tener derechos es un derecho constitucional, fundamental, sagrado. Hay gente que viene con listas muy largas, larguísimas, tanto que, en ocasiones vienen con una furgoneta, para poderselos llevár todos. Si vienen en transporte público és peor, porque si se los llevan en bolsas, a lo mejor pierden alguna bolsa por el camino. Pero no pasa nada, si los pierden: si nos piden un duplicado, se lo damos, sin problemas. Antes era más fácil, más tranquilo, nuestro trabajo. Pero ahora a menudo nos llevamos sorpresas, porque siempre hay alguien con suficiente inventiva para inventarse un nuevo derecho. En ocasiones inverosímil. Menuda cabeza tienen, algunas personas... Pero claro, una vez inventado un nuevo derecho, nuestra obligación es tenerlo en el almacen. Por si alguien viene y nos lo pide Hay quien lo quiere todo de forma inmediata. Viene uno a que registremos un nuevo derecho, y ya quiere llevárselo el mismo día: "Anda, Manolo, otra vez por aquí, ¿qué derecho te has inventado hoy? ¿Este? Pues ala, ya te lo puedes llevar, ya ves, recién salido del horno". Es bonito, nuestro trabajo, poder repartir todos los derechos que nos piden, sin discriminar invenciones, porque si son invenciones humanes, todas son respetables, ¿verdad? A ver, otra cosa sería que fueran invenciones de lagartijas, o de saltamontes, este ya seria otro tema. Aquí solo nos ocupamos de los derechos de los seres humanos. O de sus mascotas, claro, porque actualmente ya están casi todas lo suficiente humanizadas.

02 febrero 2023

El microchip

El Gran Hermano, buscando nuevas fórmulas para conseguir el control social absoluto, tenía en mente la posibilidad de implantar en el cerebro de todos sus súbditos un microchip, para así poder monitorizar todos los pensamientos, sentimientos, intenciones, acciones y movimientos de la ciudadanía.

Pero sus asesores argumentaron que dicha medida no sería popular, y que con toda seguridad generaría malestar social, incluso posibles disturbios y revueltas. Y que por lo tanto, era preferible no precipitarse, actuar con cautela y pensar en otras opciones.

Dijeron que había una alternativa probablemente mucho mejor que el microchip cerebral. Expusieron que había un nuevo invento, el teléfono móvil, que ofrecía muchas posibilidades de control, y que si se promocionaba mínimamente, sería muy fácil que todo el mundo deseara tenerlo y utilizarlo. 

Tras estudiar distintos aspectos de la nueva propuesta, finalmente esta fue la opción escogida y, en poco tiempo, la práctica totalidad de la población ya tenía uno. 

A partir de entonces, a la Megacomputadora del Gran Hermano empezó a llegar de forma cada vez más masiva un aluvión de datos, los cuales, procesados adecuadamente por distintos programas de Inteligencia Artificial, fueron configurando perfiles detalladísimos de todos y cada uno de los ciudadanos. Incluso, por ejemplo, si el papel de váter lo preferían de doble capa o solo una.

El éxito fue total, mucho mejor del esperado, por encima de las previsiones iniciales más optimistas. Lo demostraban claramente las imágenes de las cámaras de videovigilancia instaladas en los autobuses, en los trenes, en las calles, en los bares, en las peluquerías, en todas partes. Todas mostraban las mismas imágenes: en todas partes, la gente agarrada a su aparato, absorta mirando la pantalla, o tecleando algo frenéticamente. Generando infinidad de datos que mediante las redes inalámbricas se iban transmitiendo de forma silenciosa y sin descanso a la Megacomputadora del Gran Hermano.

La gente se sentía feliz con su nuevo juguete. Nadie albergaba sospechas, ya que los manejos del Gran Hermano quedaban invisibles tras las pantallas centelleantes de los teléfonos que todos y cada uno de los ciudadanos poseían.

Mientras, el Gran Hermano se frotaba las manos de satisfacción, ya que ahora, con todos los datos que iba recopilando, conseguidos además sin presiones ni disturbios, ya tenía el poder necesario para manejar con guante blanco y mano de acero el control social total.