Los tres lobitos vivían contentos y felices en una humilde casita de hojas de palmera.
Un día vino el casero, el cerdo severo, y les dijo que como el coste de la vida aumentaba y todo subía, no tenía más remedio que subirles también el alquiler.
Como los tres lobitos tenían poco dinero, se fueron a un cajero.
Pero vino otro cerdo, hermano del cerdo severo, y les dijo que a causa de la gran demanda, en el cajero también había que pagar alquiler.
Entonces, contrariados, tristes, los tres lobitos se fueron debajo de un puente, junto a una cloaca, cerca del vertedero, un sitio maloliente, pensando que allí al menos nadie les molestaría.
Pero hasta allí también llegó un cerdo primo del cerdo severo. Y les dijo que por dormir bajo el puente, a causa de la gran demanda de plazas bajo los puentes, también había que pagar alquiler.
Fue entonces cuando a los tres lobitos, cansados, muy cansados, cansadísimos, hartos, muy hartos, hartísimos, se les acabó la paciencia. Y se comieron al cerdo severo, y a su hermano, y a su primo. Se los comieron con patatas, cebollas, ajo y perejil. Y a partir de entonces los tres lobitos vivieron tranquilos y contentos.