Fritz y Simón están en el campo de concentración de Auschwitz. Fritz es un SS, un nazi convencido. Considera que Simón, un deportado judío, es una cucaracha, a la cual hay que acabar de exprimir antes de mandarla a la cámara de gas.
Simón está obligado a extenuantes jornadas laborales, al aire libre, con temperaturas bajo cero, vestido sólo con un pijama, alimentado con una sopa de peladuras de patata y un minúsculo mendrugo de pan lleno de serrín.
Anselmo vive lejos. En un país neutral. Es pacifista y mediador cultural. Está convencido de que hablando se entiende la gente. Totalmente convencido. Y al enterarse de lo que ocurre en Auschwitz, se dispone a ejercer de mediador entre los intereses del SS Fritz y sus colegas nazis, y los intereses de Simón y los otros deportados esclavizados.
Anselmo, con su gran corazón y optimismo, se dirige a Auschwitz. Y se ofrece a su comandante, Rudolf Höss, para hacer de mediador entre los intereses nazis y los intereses de sus esclavos.
Rudolf Höss le escucha atentamente, y poco después, mientras la orquesta de músicos judíos esclavos toca el Himno a la alegría de Beethoven, Anselmo, después de su fugaz intento de mediación, sale por la chimenea del crematorio.
Colorín quemado, este cuento se ha acabado.