Lo enterraron en un elegante y majestuoso panteón, construido con mármol blanco de Macael. Antes de morir, Tom había sufrido una larga y cruel enfermedad, un cáncer que no hubo forma de contener y que acabó provocándole metástasis generalizada, a pesar de las distintas cirugías, quimioterapias y radioterapias que recibió.
Delante del panteón, distintas personas loaron las múltiples virtudes de Tom. Su madre, con los ojos inundados de lágrimas, muy emocionada, era incapaz de articular ninguna palabra, pero dirigía miradas de profundo agradecimiento a cada una de las personas que intervenían.
Al final, entre sollozos, consiguió decir: "Nunca he amado a nadie tanto como a Tom".
Desde que la salud de Tom empezó a deteriorarse y se iniciaron las consultas médicas, los tratamientos, los ingresos en los hospitales, etc., su madre no había reparado en gastos. Vendió su segunda residencia y, luego, también hipotecó la vivienda habitual. Era necesario que los mejores médicos, los mejores especialistas, intentaran curar a Tom, era necesario probar todos los tratamientos que permitieran albergar algún tipo de esperanza.
Antes del cáncer, la salud de Tom ya había empeorado. Sobre todo, a causa de problemas en el corazón, unos problemas que había sido necesario abordar mediante una operación complicada y de alto riesgo, que llevó a cabo un experimentado cirujano de fama internacional, el mejor de todos.
Además, Tom también tenía algunos problemas digestivos importantes, ya que era intolerante a muchos alimentos (y en cuanto a otros, nunca era seguro que no sufrieran alguna contaminación cruzada). Todo ello requería una extrema y gran dedicación diaria por parte de su madre, para evitar las descompensaciones nutricionales de Tom y los problemas subsiguientes que entonces pudieran surgir.
Su madre lo asumía todo con entereza y una gran determinación. Su hijo, Tom, era lo más importante del mundo para ella. Pero a pesar de todos los esfuerzos, finalmente llegó el fatal y terrible desenlace. Tom murió. Fue un golpe muy duro para ella. Le quedó, eso sí, el recuerdo de los años felices, antes de que Tom se pusiera enfermo y de que se iniciara su progresivo deterioro.
Vestida de riguroso luto, con los ojos anegados de lágrimas y ocultos por unas grandes gafas de sol, tras el sepelio y las despedidas ante el mausoleo, la madre de Tom se dirigió, andando insegura, con dificultades a causa de la emoción y la tristeza que la embargaban, hacia la salida. Se alejó unos pasos por el camino y, entonces, lentamente, se giró, y contempló desde fuera la entrada del cementerio, encima de la cual, con unas grandes y bonitas letras en bajorrelieve, decía: "Cementerio canino".
Al cabo de un tiempo, pasado lo peor del duelo, como la madre de Tom tenía un corazón inmenso, como tenía todavía mucha capacidad de cariño y afecto, se compró un niño y una niña yorkshire terrier, Marco y Lina, con los cuales, a partir de entonces, fue también muy feliz.
(Para Arturo, a cambio de algunos pimientos, tomates y rabanillos de su huerto, cuando se tercie)