El Obispo heterodoxo de los Azules bendijo las razones de los Azules.
Luego, Rojos y Azules, se enfrentaron en el campo de batalla.
Se enfrentaron con saña, con odio, durante días, meses, años.
Hasta que se les acabaron las balas y las bombas, se les mellaron las bayonetas y, exhaustos los pocos supervivientes, llenos de piojos y chinches, acordaron cesar las hostilidades.
El resultado de la guerra fueron millares de cadáveres: un campo de batalla saturado de olor a putrefacción, lleno de moscas y cuervos, ávidos de las entrañas de los cuerpos despanzurrados.
Entonces, desde sus palacios y catedrales, los Obispos volvieron a hablar, y dijeron:
"Es una desgracia terrible, los caminos del Señor son un misterio."