Los derechos son como las plantas.
Primero hay que sembrarlos, luego regarlos, cuidarlos, para que vayan creciendo. Y cuando florecen, entonces hay que recoger las semillas, y volver a plantarlas. Para que, poco a poco, los derechos se vayan extendiendo, formando campos, formando jardines, formando alamedas, formando bosques.
También hay que vigilar, para que nadie los pise. O peor, que un pirómano los queme. ¡Ay los pirómanos! En ocasiones provocan grandes incendios, terribles, y todo se quema, todo se convierte en cenizas. Y sólo quedan ganas de llorar.
A pesar de la tristeza, nunca hay que abandonar, nunca hay que darse por vencidos: cuanto más desbastador haya sido el incendio, la catástrofe, el desastre, más necesario es volver a empezar. Volver a sembrar, volver a regar, volver a cuidar, con tesón, con cariño, con perseverancia. Tantas veces como haga falta. Siempre.
Como las plantas de las macetas de nuestra ventana o de nuestro jardín.