Después de una vida de miseria, explotación, malos tratos y abusos de todo tipo, el alma de Segismunda subió esperanzada al cielo. Pero San Pedro miró su registro de vidas, y meneó la cabeza. Dijo que no la podía dejar entrar, porque cuando fue violada a los trece años, abortó. Y lo que es peor, luego no se confesó de haber abortado. ¡Estaba en pecado mortal! ¡En pecado mortal era imposible entrar en el Cielo!
El alma de Segismunda palideció. Ahora, ¿qué la esperaba? ¿El fuego eterno del Infierno, después del fuego horrendo de su vida terrena?
Su alma, llena de dolor, ya no lo pudo soportarlo más, y estalló en mil, un millón de pedazos. Con el estallido, el alma murió definitivamente, desintegrada. Ya no quedó nada de nada de Segismunda.
Y así, por fin, ante las puertas del Cielo, fulminada por las palabras de San Pedro, Segismunda pudo dejar de sufrir. Para siempre.