Y los jefes de los estados mayores de los ejércitos enfrentados dijeron que era legítima su petición, que las mujeres tenían razón. Y acordaron dividir el frente en dos secciones.
En una parte, los hombres se siguieron exterminando con la brutalidad y el ensañamiento de siempre. Y en la otra, las mujeres, con sus nuevos vestidos militares, emancipadas, liberadas, empezaron a exterminarse entre ellas, las unas contra las otras, a balazos, bombazos, bayonetazos y con cualquier arma, tanque, submarino o avión que tuvieran a su alcance.
Y los altos mandos sonrieron satisfechos: "Sí, las mujeres también sirven como carne de cañón, igual que sus maridos, hermanos, padres o amigos".
Y como la carne de cañón siempre es necesaria en una nación, el derecho de las mujeres a participar en los asesinatos, exterminios y masacres de las guerras fue incluido en la Constitución.