Pasaba el Emperador luciendo su nuevo vestido, acompañado de su comitiva, y todo el mudo contemplaba el desfile y el vestido nuevo del Emperador.
Entonces, un niño dijo: "¿Qué no lo veis? ¡El Emperador va desnudo!"
La gente primero enmudeció, miraba al Emperador, murmuraba, y unos se decían a los otros que era verdad, que efectivamente el Emperador iba desnudo, no llevaba ningún vestido, y algunos sonreían, se daban codazos entre ellos...
Entonces una niña dijo: "Sí, es verdad, el Emperador está desnudo, ¡pero todos nosotros también!"
Se hizo un gran silencio. Se miraban los unos a los otros, con incomodidad... Entonces empezaron a mirar a la niña, primero de manera insistente, luego con rencor, incluso con odio, y a continuación alguien le tiró una piedra. Y después de aquella piedra, le tiraron otra. Cada vez más piedras, cada vez más grandes...
La niña ya no pudo decir nada más, quedó sepultada bajo un gran montón de piedras. La gente respiró aliviada, y entonces todo el mundo siguió hablando, animadamente y con alborozo, de la gran novedad del día: de la desnudez del Emperador.