Un día Klaus Von Kilian Hofhenbauer se enteró de que un lejano antepasado suyo, un retatatarabuelo, o todavía más lejano, probablemente había sido judío.
Como ferviente nacionalsocialista, cuando se enteró se quedó desagradablemente sorprendido y confuso. Y pensó: ahora que lo sabía, ¿cuál era su deber? Como convencido nacionalsocialista y fiel seguidor de la política racial alemana del III Reich, ¿qué debía hacer? ¿Debía llevar a las cámaras de gas a sus hijos, a causa de su impureza, y luego suicidarse él? Estas cosas iba cavilando Klaus Von Kilian Hofhenbauer.
Al verlo tan preocupado, su mujer le preguntó qué le ocurría, y él le contó la verdad. Compungido, le contó lo que había averiguado sobre su antepasado, y los pensamientos funestos que desde entonces albergaba.
Su mujer se quedó pensativa; llevaban treinta años casados, habían tenido tres hijos y tres hijas... y la posibilidad de tantas muertes la horripilaba. Estuvo pensando y pensando y, al final, le dijo que, en lugar de tantas muertes (las mujeres suelen ser menos estúpidas que los hombres), quizá había una alternativa mejor: en lugar de seguir cavilando tantas tonterías y programando infanticidios y suícidios, quizá era mejor cambiar de forma de pensar. O al menos intentarlo.
Su marido, Klaus Von Kilian Hofhenbauer, se quedó pensativo. Le daba vueltas y más vueltas a este pensamiento: ¿Qué es más difícil, cambiar de forma de pensar, o asesinar a tus propios hijos y luego suicidarte?
Lo que no sabemos es como termina esta historia, porque la información que nos ha llegado sobre Klaus y su familia no incluye el desenlace final.