Cuando el Príncipe descubrió a la Bella Durmiente, profundamente dormida y resplandeciente de hermosura en aquella habitación encantada, se quedó maravillado, anonadado.
Emocionado, se acercó a la Bella Durmiente, sumida en un profundísimo sueño a causa de un antiguo hechizo. Cauteloso, tembloroso, le dio un beso en la frente. Y entonces la Bella Durmiente se despertó.
Ambos se miraron y, al instante, quedaron prendidamente enamorados.
El Príncipe subió a la grupa de su caballo blanco a la Bella Durmiente, entonces ya la Bella Despierta, y emprendieron el camino hacia la casa del Príncipe, el hijo de los Reyes de Baviera.
Cuando llegaron al palacio de los Reyes de Baviera, el Rey y la Reina se alegraron muchísimo del regreso del Príncipe, tan bien acompañado por la Bella Despierta. Se fueron al salón principal del palacio, y empezaron a hacer planes para la boda del Príncipe y la Bella Despierta. Mientras hacían los planes, la Reina de Baviera le preguntó a la Bella Despierta por su familia, por su abolengo.
La Bella Despierta le explico a la Reina de Baviera quienes eran sus padres, quienes eran sus abuelos, quienes eran sus bisabuelos, gente muy cultivada. Y le dijo, como ejemplo, que su bisabuelo había sido David Bensolá, el insigne músico, el mejor violinista de todos los tiempos.
La Reina de Baviera palideció. Se quedó callada. Entonces se levantó, estiró de la manga al Rey de Baviera hacia un rincón de la sala, y cuchicheó con él. Luego hicieron signos al Príncipe, el cual, sorprendido, se acercó a ellos. Y luego de más cuchicheos, el Príncipe también palideció. Estaban los tres lívidos.
Entre los cuchicheos, de vez en cuando se oía las palabras "judío", "judía", acompañadas de ceños fruncidos.
Al cabo de poco, el Rey de Baviera sacó de su bolsillo el teléfono móvil real, y muy serio, hizo una llamada. Pasó otro rato, largo, incómodo, durante el cual el Rey, la Reina y el Príncipe decían algunas banalidades, mientras la Bella Despierta estaba intrigada, porque nadie le daba ninguna explicación y no entendía lo que ocurría.
Lo que ocurrió entonces fue que se abrieron las puertas del salón real. Y entraron cuatro Ese Ese, con las botas enlustradas, pisando fuerte, las gorras caladas, los cuellos alzados, las pistolas en el cinto, las metralletas en bandolera, con miradas de lobos feroces.
Entraron, y los Ese Ese, con sus caras de Lobos Feroces, y cogieron a la Bella Despierta, y luego dieron media vuelta y se la llevaron, mientras ella lloraba, porque seguía sin entender nada... o porque lo empezaba a entender, y por esto estaba aterrorizada.
Mientras se la llevaban, el Príncipe, el Rey y la Reina estaban de espaldas, mirando por la ventana. Y la Reina le decía al Príncipe que no se preocupara, que ya vería como encontraría otra Bella Durmiente, todavía más hermosa, y con la sangre más pura, cien por cien aria.