Manuel Martínez Muñoz cogió un fajo de billetes, todos los ahorros de su vida, y los plantó. Luego, añadió fertilizante a la maceta, y la fue regando de manera regular, para que el dinero creciera y se multiplicara.
Confiaba, con esta iniciativa, en poco tiempo poder hacer una buena cosecha de billetes, y vivir luego de forma más desahogada.
Los billetes, claro, se pudrieron: Manuel Martínez Muñoz sólo consiguió un compost orgánico de mediocre calidad. Y si antes ya vivía de forma modesta, a partir de entonces fue un pobre de pedir caridad.