Con su mula y su carro el buhonero llegó a la plaza mayor de la villa y empezó a pregonar su mercancía:
-¡Traigo semillas de derechos humanos! ¡Traigo semillas de derechos humanos! ¡Semillas buenas de buenos derechos, y las vendo baratas!
La gente se arremolinaba a su alrededor, porque hacía años y años que estaban esperando aquellas semillas. Ya las esperaban sus padres y madres, y sus abuelos y abuelas, y sus bisabuelos y bisabuelas... Ya ni se acordaban, desde cuando estaban esperando las semillas.
Y la gente preguntaba:
-¿Cuánto valen? ¿Son de buena calidad? ¿Qué variedades hay?
Y el buhonero respondía:
-¡Las hay de todo tipo de derechos! ¡De derechos civiles y políticos, y también de derechos económicos, sociales y culturales! ¡Y si alguien no tiene dinero, que no se preocupe, porque también las regalo, que por algo soy un buen buhonero!
Al oír el alboroto en la plaza, El Señor Conde, amo y señor de la villa y de todo el condado, se asomó a una ventana de su castillo, y vio lo que ocurría. Y claro, se irritó como sólo un Señor Conde amo y señor de villas y condados se puede irritar: ¡Se irritó mucho!
Y entonces el Señor Conde, furioso, ordenó a sus soldados que fueran a la plaza, disolvieran los compradores y compradoras, y prendieran al buhonero. Por alterar la tranquilidad de la villa, y además por saltarse la Ordenanza Municipal n. 13 (el contenido de la cual sólo el Señor Conde conocía).
Y los soldados así lo hicieron: fueron a la plaza, dispersaron la multitud, prendieron al buhonero, y lo metieron en la mazmorra más oscura del castillo, la que estaba más llena de alacranes, ratas y cucarachas. Y allí se quedó el buhonero, triste y desolado.
¿Hasta cuando estuvo encerrado el buhonero en la mazmorra? Pues bastante tiempo, hasta que un día, un comando secreto de ciudadanos, cansados de las arbitrariedades del Señor Conde, una noche sin luna, asaltaron el castillo de modo sigiloso, bajaron a las mazmorras, y liberaron al buhonero. Y como ya estaban dentro del castillo, aprovecharon y se quedaron a vivir allí. Y al Señor Conde a partir de entonces le llamaron Manolo, ya que en realidad así se llamaba, y lo pusieron a fregar platos en la cocina.
Empezó una nueva vida para todos y todas: en la villa, y en todo el antiguo condado. Sus habitantes fueron sembrando las semillas de derechos humanos que había traído el buhonero. Y cuando nacían las plantas de los derechos las cuidaban, las regaban, y quitaban las malas hierbas. Y cuando florecían recogían las nuevas semillas, y volvían a sembrar semillas en otros campos, para que así cada vez los derechos humanos se extendieran más y más por todas partes.
Y a partir de entonces, en general, vivieron bastante felices, y algunas veces incluso comieron algunas perdices.